Compartiendo la alegría de la fiesta
Esta fiesta del centenario remueve mi vida llena de recuerdos y de agradecimientos, y por supuesto en ambos casos se me agita el corazón por la emoción. En cuarenta años compartidos acumulé alegrías, certezas y un sin número de evocaciones que llenarían demasiadas páginas. Sin embargo, esta vida juntos no fue sólo de trabajo, también fue de emociones y experiencias positivas.
Llegué al querido Colegio la Inmaculada con apenas dieciocho años y mi título de Maestra Normal Nacional. Al mismo tiempo que crecía en el espíritu docente marista fui armando mi vida, también “marista”, hasta llegar a mi jubilación a los cincuenta y… en el medio todo: familia, hijos, bautizos, comuniones, casamientos, cursos, capacitaciones, cargos, en fin toda la vida. Para ser fiel a ella no puedo olvidar el hecho de que en todos: hermanos, docentes, alumnos, padres y personal encontré siempre amigos, “amigos maristas” que caminaron conmigo esta, no menor, etapa de mi vida.
No puedo dar nombres pues al olvidarme de alguien estaría siendo tremendamente injusta y desagradecida, pero han sido tantas personas que deseo recordar y decir ahora, desde esta página, lo maravillosos que fueron todos estos años.
Con los hermanos no sólo aprendí a ser “maestra catequista”, directora, sino que, además de amistad, a lo largo de los años me dieron el concepto de la vida cristiana que trascendió mi actividad laboral. A ellos les debo mi carrera, todo mi pensamiento y actitud frente a la vida.
Con los padres compartí una experiencia educativa sensacional: ver crecer a sus hijos y colaborar con ellos en eso tan hermoso que es acercarlos por primera vez a Jesús en la mesa de Eucaristía. En todos los casos, siempre fue apoyo y agradecimiento lo que recibí de ellos.
Con los docentes caminé el sendero de la educación cristiana marcado por el carisma de Marcelino:…”para educar a los niños hay que amarlos”… y en tantos años el trabajo codo a codo, los aciertos y las dificultades compartidas nos hicieron sentir no sólo compañeros de tareas sino amigos en Jesús y María.
Con los alumnos viví la experiencia de la mirada a los ojos. Cada mañana, en cada situación de vida escolar nuestros ojos se encontraban y de esa mirada surgía la confianza para seguir adelante. Muchas veces fue de tristeza y muchas otras de alegría, a veces de desconcierto, o tal vez de desazón, pero lo que siempre tuvo fue cariño, sostén y seguridad: ..“Te quiero, dame tu mano, estoy con vos”.
Con el personal de la escuela compartí muchas horas de trabajo y mucha energía; sus consejos, su apoyo, su colaboración incondicional también están ahora presentes en mi corazón.
A todos los tengo presentes, a cada uno con nombre y apellido:
¡GRACIAS POR ESTA VIDA COMPARTIDA!